viernes, 5 de febrero de 2010

Recuerdos del Colegio

29.- A la sombra de la Acacia del Recuerdo (Recuerdos del Colegio)


29.1.- Introducción:
Hace ya muchos años (casi 20) empecé a escribir una memorias personales. Llevo escritos unos cuantos capítulos. En ellas voy desgranando uno a uno mis recuerdos de niñez, adolescencia y juventud. El tratamiento que estoy dando al relato es temático en lugar de cronológico y se basa en los tres principales ejes de mi vida. Lugares, familia y educación. Dentro de estos tres ejes está el de cómo me he formado a lo largo de estos sesenta y siete años de mi vida. Y dentro del Capítulo de mi educación hay uno que cobra singular relevancia. Estoy refiriéndome al Colegio de Santiago Apóstol de Bilbao, regido por los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Para todos nosotros apara los que aparecemos en esta foto que incluyo a continuación y para todos aquellos, profesores y alumnos que se fueron nuestro colegio tiene un nombre, un aperitivo cariñoso y entrañable “El Chami”. Ignoro el origen de tal apelativo, pero es muy posible que “Chami” sea un diminutivo de Chamizo.

Foto obtenida por el Director de San Asensio José Antonio Martínez el 23 de mayo de 2009 en las escalinatas que dan acceso a la entrada del edificio principal de Nuestra Señora de la Estrella

Hace ya muchos años que pisé por primera vez sus aulas, su hermosa iglesia y su patio del recreo. Este año (escribo esto el 28 de enero de 2010) el día 2 de octubre hará sesenta años en que entré en el Colegio. La vida ha cambiado mucho por no decir muchísimo desde entonces. Hacía 11 años y pico que habíamos salido de una cruel guerra civil, que creó un abismo entre, lo que uno de mis poetas de cabecera, Antonio Machado, dio en llamar las dos Españas. El hambre azotaba todavía nuestro país y un régimen autoritario, y que conste que no quiero ponerle otros epítetos deliberadamente, nos tenía a todos sujetos y callados.
La educación que recibimos de nuestros profesores (Hermanos y Seglares), a pesar de todas las limitaciones del ambiente en que vivíamos fue buena, por no decir muy buena, al menos desde mi punto de vista. Yo sólo tengo palabras de agradecimiento que quisiera hacer partícipes a los “maestros nuestros” que todavía viven, mandándoles un abrazo desde estas páginas. Los años que han pasado, casi seis lustros no pueden hacerme olvidar los buenos momentos que allí pasamos borrando en cambio de mi recuerdo algunos momentos duros y difíciles, algunas rencillas, rencores y peleas con los compañeros, que desde esta perspectiva ya sólo quedan como meras anécdotas en un rincón muy remoto de mis recuerdos.
Pero antes de empezar por ese primer día de Colegio, dos de octubre de 1950 , quiero hacer una breve mención a mi paso por el Colegio de los Padres Agustinos, en el que estuve desde el 4 o 5 de febrero de 1947 hasta mediados de junio de 1950. En esos casi cinco cursos que pasé en ese centro conocí a algunos de los compañeros que luego volví a encontrar en el “Chami”. Recuerdo en especial a José Luis Masip, a Guillermo Trueba, a José Luis Urigüen y a Enrique Sáenz de Maga rola . Esta etapa será objeto de otro capítulo, no sé si muy extenso de mis memorias.
Y sin más introducción ya que creo de verdad que con estas líneas basta voy a entrar en hilvanar uno a uno los recuerdos de los ocho años, desde octubre de 1950 hasta junio de 1958, que pasé en nuestro recordado “Chami”.
29.2.- Preludio:
Antes de comenzar mis recuerdos sobre esta etapa de mi formación quiero hacer referencia a un requisito previo, que debimos cumplir mi hermano y yo para poder ingresar en Santiago Apóstol. Tuvimos que hacer un pequeño examen sobre nuestros conocimientos a fin de podernos colocar en un nivel escolar determinado.
Recuerdo muy bien que acudimos los dos un día, supongo que sería en primavera del año 1950, acompañados de nuestro padre al Colegio. Allí nos recibió el hermano Julio Alfredo, que ocupaba por entonces el puesto de Prodirector del “Chami”. El resultado de este pequeño examen, fue que mi hermano entraría, después de hacer el examen de Ingreso, en primero de Bachiller y yo en segunda elemental, debido a que sólo tenía 8 años y mis conocimientos estaban un poco por debajo de los del nivel de tercera elementa. Eso sí nos prometió que si a fin de curso el nivel era bueno pasaría directamente a Ingreso de Bachiller, cosa que ocurrió así.
Después y una vez terminado el curso nos fuimos, como siempre a la Rioja, a disfrutar de una merecidas vacaciones, que ya serían más cortas que las anteriores. Hasta entonces nuestros padres prolongaban su estancia en Ojacastro, hasta bien entrado el otoño, pues volvíamos a Bilbao, después del 2º de octubre, entrando en el Colegio de los Padres Agustinos el día dos de noviembre. Este verano fue muy intenso y de él trataré en el capítulo en que hable de mis recuerdos de Ojacastro.

29.3.- Mis primeros días de Colegio (dos y tres de octubre de 1950):
Esta fecha ha quedado grabada de forma especial en mis recuerdos y el paso del tiempo no ha borrado muchos de los detalles que todavía tengo grabados en mi memoria, envueltos en el resplandor del sol otoñal, que aquel día lució en especial para mí y creo que para otros compañeros que conmigo empezaron ese día el Colegio y a los que he hecho mención en una de las notas que incluyo al final de este capítulo.
El día 30 de septiembre volvimos, tanto mi hermano mayor José Mari y yo de las vacaciones de verano en un pueblecito de la Rioja, Ojacastro, donde también entre las paredes de la casa familiar se guardan muchísimos recuerdos de nuestra niñez, adolescencia y juventud. Mis padres se quedaron allí has mediados de octubre con el resto de los seis hermanos que éramos, la última Mari Cruz de un poco más de quince días de vida, había nacido el 13 de septiembre. Los abuelos, Juan y María, que solían estar con nosotros más de mes y medio, también se habían reintegrado a su casa en Vitoria. Para acompañarnos en nuestro viaje a Bilbao mi padre encargó de nuestra guarda a la hija de la portera de Bilbao, que pasaba unos días en La Rioja, donde se conoce que fue invitada por mi madre para reforzar el plantel de domésticas, mientras ella se reponía del último parto, el de mi hermana pequeña como he dicho.
Hicimos el viaje en el Tren Correo, desde Haro hasta Bilbao, que en aquellos años tenía todavía vagones de madera y locomotora de vapor. El viaje era muy largo, ya que salimos de casa en torno a las diez de la mañana, haciendo la primera parte del viaje en el tren correo, también de madera que unía Ezcaray con Haro. La llegada a Bilbao, después del transbordo en Haro y una larga parada en Mirada, de casi una hora, así como en todas las estaciones y apeaderos de un recorrido total de unos 150 kilómetros, fue ya muy avanzada la tarde.
Desde la estación de Abando llegamos andando a nuestra casa de Rodríguez Arias 1 sobre las siete de la tarde, donde después de una rápida y sencilla cena nos acostamos, mientras la hija de la portera se quedó en casa en la habitación de servicio, para atendernos todos los días que estuvimos solos en Bilbao. Teníamos mi hermano nueve años para cumplir diez y yo ocho y medio.
Recuerdo que ese primer día de Colegio fuimos primero a la mañana en una misa del Espíritu Santo, con la que siempre se iniciaba el curso. Fue la primera vez que entré en aquella hermosa Iglesia a la que tantos recuerdos en verso he dedicado y cuya esbelta torre sigo viendo cada vez que cierro mis ojos y pienso en el “Chami”. Después cada uno de nosotros fue a la clase que le habían asignado, donde el Profesor, en este caso un seglar al que recuerdo todavía por su trágico final , Don Jesús Ojanguren. Era un hombre no muy alto con gafas y que lucía una hermosa calva. Aunque no creo fuera muy mayor, frisaría los 40 años, a mí me lo pareció bastante, como a todos nos parecían por entonces los frailes y profesores. Vestía como todos los maestros de entonces con unas ropas quizá un poco raídas, pero no prescindían por supuesto de la corbata. Para proteger su humilde y sencillo atuendo usaba siempre un guardapolvo de color gris, que creo que era una especie de uniforme para todos los profesores seglares, en cuyos bolsillos guardaba la tiza que usaba para escribir en el encerado.
Mi clase era la de segunda elemental B, que estaba situada en el segundo piso del Colegio, en el ala que daba a la Alameda de Urquijo. Junto a ella pero ya en el chaflán con Iparraguirre, estaba la clase de segunda A, que no recuerdo qué fraile la regentaba. Junto a mi clase había unos servicios, que servían para todas las clases de este segundo piso. El aula tenía una especie de mirador por el que entraba mucha luz de la calle, sobre todo a las tardes, ya que el edificio de enfrente, la Alhóndiga no tenía más que dos plantas. En ese mirador había un armario donde se guardaba el material que se utilizaba en la clase, tizas, tinteros, borradores para la pizarra etc., así como la hucha de las misiones y los vales con los que el encargado de clase nos premiaba por nuestro buen comportamiento y que a veces también nos quitaba si habíamos hecho alguna trastada. También solía estar la papelera, en la que debíamos echar los papeles, que ya no nos servían, una vez que el profesor revisaba y nos ponía la nota por nuestros trabajos
Como todas las clases de entonces tenía un estrado de madera, donde estaba la pizarra y la mesa del profesor, por supuesto con los cajones cerrados con llave. Enfrente del estrado y en tres o cuatro hileras separadas por unos pequeños pasillos estaban los pupitres, en los que nos sentábamos todos los alumnos de dos en dos. Había dos tipos de pupitres, unos tenían tapa que se levantaba para guardar dentro nuestros libros y cuadernos y otros que no la tenían y en los que el cajón estaba sustituido por un estante donde dejábamos nuestras cosas. El asiento era abatible y había que levantarlo una vez terminada la clase. Cada mesa tenía en la parte superior un pocillo blanco de cerámica que nos servía de tintero y donde el profesor utilizando un gran frasco los rellenaba cada vez que se vaciaban. Junto al tintero había una hendidura acanalada donde dejábamos las plumas de palillero, las gomas y los lapiceros.
Aquél primer día de clase, solo estuvimos a la mañana y después de la presentación del profesor pasamos por la librería que estaba situada, entre la escalera que subía a la Iglesia y los servicios del patio. Allí se nos entregaba todo el material escolar, libros, cuadernos, blocks de espirar, plumas, lapiceros etc. Para ello y sucesivas compras debíamos de llevar siempre un vale, firmado por el fraile o profesor encargado de clase. Los libros eran casi siempre de la Editorial Bruño , en cuya gestión creo que participaba la Orden de La Salle, y que tenía la imprenta en Zaragoza. Todo el material había que llevarlo a casa, para forrar los libros principalmente, utilizando un papel que también nos facilitaban en el colegio, y poner el nombre, apellido y clase en todos ellos.
Y así se acabó aquel día primero de clase y así ocurrió también los años sucesivos. Ya no puedo recordar lo que hicimos a la tarde. Lo más normal es que fuéramos a dar un paseo con la hija del portero, que se llamaba María Luisa. Lo que sí creo recordar es que tuvimos que escribir una carta a nuestros padres, contándoles las impresiones de nuestro primer día de colegio. Lo que sí es que hubo un detalle que conté en la carta, ya que me llamó mucho la atención entonces y es que “El Colegio era muy grande y había muchos Retretes y por supuesto dos tiendas de caramelos ”.
Al día siguiente era martes y al mediodía recuerdo muy bien que después de las clases de la mañana fuimos a comer a Recaldeberri en la vivienda de la que ese día se convertía en nuera de los porteros de nuestra casa de Rodríguez Arias 1. La ceremonia se había celebrado aquella misma mañana en la parroquia de ese ya populoso barrio de Bilbao . Llegamos justo a comer y recuerdo, que como no había comenzado el banquete nos dieron de comer en la cocina, para que antes de las tres pudiéramos volver de nuevo al Colegio, acompañados por la hija de la portera. Yo sólo recuerdo que entre otras cosas unos de los platos fuertes fue bacalao a la Vizcaína. No es de extrañar que lo tenga tan presente. Tal vez sea porque siempre he sido un enemigo declarado de los platos en los que interviene el Bacalao como elemento principal.
Al terminar la comida y recuerdo que casi corriendo salimos desde Recaldeberri, con dirección al Colegio. En aquellos años todavía este barrio estaba más aislado porque, donde hoy se han ello grandes obras, cubriendo las trincheras del ferrocarril, existían pasos a nivel que interrumpían la calle Gordoniz, con lo cual si pasaba algún tren tenías que esperar bastante. Llegamos al patio del Colegio, con la lengua afuera y en el momento que la puerta del patio se estaba cerrando. No era conveniente llegar ya tarde el primer día lectivo del Curso escolar. Todos recordamos al hermano León Manchola “Poque”, esperando con su inseparable libreta de notas para anotar los retrasos de los que llegábamos pasadas las tres de la tarde.
Ya no recuerdo más de aquellos días de nuestra segunda etapa escolar, a partir de ese momento nuestras vidas empezaron a ser distintas y un nuevo ritmo se introdujo en nuestra existencia. Yo creo que en esas fechas dejamos de ser niños y empezamos a ser ya un poquito adultos.

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